lunes, 28 de febrero de 2011

El factor Eva Gómez

Ahí figuraba ella. Estupenda, regia, apolínea (en palabras del gran Yerko). Eva Gómez, y su cuerpo escultural, me golpearon duro. Bastó que mirara mi reflejo en el espejo para darme cuenta cuán bajo había caído (más bien, lo mucho que había engordado). Todo por culpa de unas pastillas. Hace un par de meses que no estaba durmiendo nada. NADA. Con suerte tres horas. El club de las 3 AM ya me había designado como miembro honorario. Y no aguantaba más andar con esa "caña" a cuestas cada día. El mareo y el quedarme pegada mirando un punto imaginario en el espacio cuando alguien me hablaba. Pedí hora con el psiquiatra que está llevando adelante este asunto de los dolores crónicos de cabeza y le conté que estaba desesperada con esto del insomnio. Me recetó unos remedios, Trittico. "¿Engordan?", fue mi única pregunta. "Todos estos remedios te pueden hacer engordar, hay que probar". Y probé. Los primeros días fueron geniales. Dormí con una profundidad que nunca antes había alcanzado. Se me podría haber caído el techo encima y no me habría dado cuenta. Pero a la semana empecé a darme cuenta (pero a ignorar, al mismo tiempo) que los pantalones cada vez me quedaban más apretados. Le eché la culpa al Capri diario que me dio por comerme últimamente. Pero no. Ahí, con Eva Gómez de frente, me di cuenta que ya no podía seguir negándolo. Me había convertido en una ballena y era hora de tomar cartas en el asunto. Con el psiquiatra de vacaciones, la decisión recaía exclusivamente en mí.
Puse en la balanza la desgracia del insomnio y el sobrepeso. La frivolidad pudo más. Ese mismo día dejé de tomar las pastillas. Y, por suerte, el sueño respondió a la altura de las circunstancias. Durmiendo a saltos, pero durmiendo al fin y al cabo. A la semana, los kilos empezaron a desaparecer de mi cuerpo. Me queda un par, pero les haré la lucha a punta de trotadora y con mis zapatillas levanta poto. Gracias, Eva. Por siempre. Gracias.