domingo, 5 de septiembre de 2010

La pachamama se robó mi cabeza

Aunque no creo demasiado en las terapias alternativas (prefiero el uso de drogas formales y que tengan al menos un par de estudios científicos de respaldo) ayer participé del Temazcal, un ritual incaico de sanación. Confieso que fui más por curiosidad que pensando que en algo me podría ayudar.
Y vaya que fue una experiencia. El contacto lo hice a través de una amiga del colegio previa transferencia electrónica al chamán Rumi, quién obviamente, en su cuenta Estado tiene un nombre de lo más común y corriente. Llegué con otra amiga al lugar de los hechos, una parcela increíble en San Juan de Pirque, con dos casas maravillosas que podrían haber salido perfectamente en Vivienda y Decoración. En una vivía el chamán y su mujer, una psicóloga terapeuta floral, y en la otra, el hombre del fuego y su pareja.
El ritual comienza cuando se prende el fuego a las "abuelas", carbón que nos recuerda a nuestros antepasados y toda su sabiduría ancestral. Whatever.
Antes de entrar a la ruca donde se desarrollaría el ritual, nos pasaron un cascabel para que pudiéramos seguir los cánticos y tuvimos que inhalar tabaco líquido. Después nos quedamos en traje de baño y entramos, no sin antes agradecer a la madre tierra por esta oportunidad, en una lengua completamente desconocida para mí.
Los 18 que partícipamos nos ubicamos adentro, mientras el chamán y la psicóloga hippie llevaban las riendas del asunto. Éramos cuatro novatas, una que antes que nosotros llegáramos se había hecho una "purga" (había tomado un litro y medio de una pócima terrorífica que la hizo vomitar hasta los sesos). Traté de encontrar una razón para que una persona se sometiera a semejante procedimiento y después de mucho mirarla y hacerle un par de preguntas concluí que era jalera. En fin.
Volvamos a la ruca. Allí dentro nos tocó pasar por cuatro puertas: cuerpo, mente, corazón y espíritu. Para cada puerta, se entraban un par de "abuelas", las que se ponían en un un hoyo dentro de la ruca, que representaba el útero. Luego de rezos y cánticos, se les echaba agua y ahí el asunto se convertía en un sauna del TERROR.
Y seguían los cánticos (la mayoría en adoración a la Ayahuasca) y seguían los rezos y yo dándole duro al cascabel.
Cuando el calor se hacía insoportable, te podías acostar en el suelo y la verdad es que aliviaba bastante. En esa oscuridad increíble, con un calor agobiante, siguiendo el ritmo de canciones insólitas, mi mente no dejaba de pensar en las cosas más domésticas "que no se me olvide mañana corregir los ensayos, sería bueno también que me pintara las uñas porque de lo contrario voy a volver a comérmelas, cuándo irá a parir la Laura, ojalá sea un fin de semana para aprovechar bien a los cachorros"...y así, puras leseras. El asunto es que nunca pude, realmente, compenetrarme con lo que estaba pasando, porque no podía de dejar de sentirlo completamente absurdo y porque la Jueza que habita en mi cabeza no dejaba de analizar cada uno de los actos de nuestros anfitriones.
Después de dos horas salimos de la hoguera al frío más absoluto. Y de ahí a la casita hippie chic a vestirnos. En ese momento me di cuenta que la cabeza me dolía de una manera terrorífca. Gajes del oficio.
Cuando ya fuimos llegando todos, nos juntamos en el living a compartir la "ceremonia de los alimentos", donde nos comimos todas las cosas ricas que habíamos traído de "aporte". Muerta de hambre como estaba empecé a picotear las aceitunas cuando un tipo me dijo "no se puede todavía, hay que esperar la bendición". Le miré con odio.
Entonces llegó el chamán, prendió un pito, le echó un poco de humo por acá y por allá y luego dio su venía para que los "hermanos" pudiéramos comer. Lejos la mejor parte del Temazcal.
Volví a mi casa como a las 1:00 de la mañana a tomarme dos Migranol. Cuec.